ESTE DE PORTERVILLE
Las cifras por sí solas son exhaustivas. Juana García tiene cinco hijos, dos enfermedades crónicas, una casa sin agua y cero de ingreso.
Ella tiene 49 años de edad y vive en East Porterville, lugar donde ella se esconde adentro de su casa durante el calor de verano del día, y se queda despierta en la noche al lado de su hijo menor.
El estrés de García es como una bomba de tiempo, atrapada en la misma crisis de la sequía que amenaza la salud de miles de personas en su ciudad.
“A veces pienso que estoy a punto de dormirme,” dijo ella, “pero luego empiezo a pensar, ¿qué voy a hacer con el asunto del agua? ¿Duraré más tiempo aquí? Si, mentalmente, estoy muy abrumada.”
El pozo de García se secó en 2013, lanzando una combinación de agua y arena de vez en cuando durante años hasta que por fin se secó. Pero ella todavía hasta marzo tenía agua corriente. Un vecino de enseguida le permitió a su familia conectar su sistema al pozo, pero tuvo que desconectarlos por miedo a que se le acabara el agua a él también.
El Condado de Tulare ha instalado 68 tanques de agua en East Porterville, en lugares donde algunas 700 familias no tienen agua corriente.
Ahora García depende de otro vecino amistoso, Donna Johnson, para seguir llenando los tinacos de 25 galones que ella no puede cargar hasta la fuente de agua pública. Los dos automóviles estacionados en su casa necesitan reparación.
A Johnson se le conoce como el ángel del agua. Ella es la primera persona que notó la creciente cantidad de pozos secos después de que su propio pozo se secó en 2014. Ella rápidamente organizó una respuesta de emergencia, usando pequeñas donaciones y su propio dinero para entregar agua embotellada, jabón, platos y utensilios desechables. La mujer de 72 años es la más grande defensora de su ciudad, ella asiste a juntas sobre fondos para la sequía con líderes del condado y del estado, ella guía a los reporteros de todo el mundo para que nadie se olvide de East Porterville.
Johnson todavía hace sus rondas, preocupada de que si ella deja de hacerlo, la gente como García se enfermará más – o peor. Ella estaciona su camioneta Ford negra enfrente a la casa de García una vez por semana, saluda a los perritos en su camino hacia adentro y grita, “Hola Juana, ¡Te traje algo de agua!”
Johnson se ve enorme junto a García, quien mide 4 píes, 5 pulgadas de estatura, viste chancletas y lleva un esmalte verde ya quebrado en las uñas, algo que le da un aire de juventud permanente. “Una pequeña cosita,” dice Johnson cariñosamente.
Ella y García no hablan el mismo idioma, pero Johnson sabe lo que se necesita: Que García es una madre soltera cuyos píes son su único medio de transporte. ¿De qué otra manera conseguiría agua?
García fue diagnosticada con osteoartritis y lupus hace cinco años. La enfermedad lupus es incurable y causa que el sistema inmunológico se ataque a sí mismo.
Ella acababa de dar a luz a su hijo menor, Christopher Castro, y al cargar al bebé ella sentía como si estuviera cargando una gran piedra. El estar parada le causaba dolor en los píes. Ella desarrolló alergia al sol, se cansa fácilmente si se queda afuera por demasiado tiempo. No podía trabajar.
El mes pasado, el doctor de García le dio unas buenas noticias. Los exámenes mostraron que no tenía síntomas. La revelación le dio un pequeño impulso de confianza. Ella por fin puede empezar a buscar trabajo.
Pero los síntomas del Lupus vienen y van.
Del pasado al presente
Hay una evidente ironía en la manera en que resultó la vida de García. Ella nació en un pequeño pueblo de Michoacán, México. Sus padres sembraban maíz y criaban ganado para la venta. Ella y sus ocho hermanos vendían tortas y tacos en festivales. Su mamá vendía ropa que compraba a mayoreo en la ciudad. Eran pobres, pero tenían suficiente para lujos como leche y pescado.
El padre de García construyó su casa ladrillo a ladrillo. No tuvieron electricidad ni agua corriente durante muchos años. Un vecino a 10 casa de retirado los dejaba sacar agua de su pozo en cubetas.
Ahora García lava trastes de la misma manera que lo hacía en aquel entonces. Es un sistema de dos partes y dos galones: Después de enjabonar cada plato, ella lo enjuaga en una cubeta luego lo enjuaga de nuevo en una segunda cubeta.
“No me siento bien al no tener agua corriente,” dijo ella. “Si fuera solo yo, yo vengo de México, así que ya estoy acostumbrada. Pero mis hijos no.”
García terminó la preparatoria, luego pasó un año en una universidad en México antes de dejar sus estudios. Ella tenía 22 años cuando su familia se fue a California. Ellos trabajaron en los campos durante 10 años hasta que su madre, María García, se cayó de un árbol en 1998 y se lesionó la espalda.
Con una compensación de $10,000 por un acuerdo, María García compró una lonchera. El negocio de la familia prosperó. Pronto, ellos habían ahorrado suficiente dinero para mudarse de su pequeño apartamento en Porterville a una propiedad en el este de la ciudad con dos casas azules con valor de cerca de $150,000. María pensó que disfrutarían de la quietud.
Juana García crió a sus hijos en la casa de dos recámaras más cerca de la casa; sus padres envejecieron en la casa de tres recámaras que está atrás. En 2006, cuando su madre se enfermó tanto como para seguir trabajando, ella vendió la lonchera y liquidó su propiedad. Ese fue su más grande logro.
Para 2008, la madre de García murió de complicaciones de diabetes. Ella tenía 64 años. Su padre se regresó a México poco después.
La madre de García no dejó testamento y dejó $200,000 en deuda de hospital. Ahora, le costaría a García por lo menos $2,000 hacer el papeleo para ser la dueña oficial de la casa, algo que sería infructuoso si Medi-Cal embarga la casa. Su padre pudiera haberle pasado la casa a si el matrimonio de los padres de García fuera reconocido en este país.
La única manera en que García pudiera tener agua corriente en la casa es si ella fuera la propietaria legal. El Condado de Tulare distribuye tanques de 2,500 galones a las casas que tienen pozos secos, pero el estado controla los fondos y exige que se cuente con la firma del dueño de la propiedad.
Es muy probable que ese requisito cambie dentro de pronto, dijo Andrew Lockman, director de la Oficina de Servicios de Emergencia del Condado. Él dijo que el condado se ha encontrado con muchos casos de “propietarios sin título.” La semana pasada, los líderes recibieron una aprobación tentativa del estado para añadir a tales residentes a una lista de espera para un tanque, siempre y cuando ellos puedan comprobar que la persona es quien vive en la casa legalmente. “This compromise was reached to expedite emergency relief to this category of individuals/families that would otherwise have to wait for probate or other lengthy process to resolve their title issues,” he said.
Aun cuando se libra de un largo proceso, García rápidamente se encuentra con otro.
En East Porterville se han instalado 68 tanques, pero algunas 700 familias no tienen agua corriente. Y el condado no puede garantizar agua para llenar los tanques ya que los tratos que se hacen con los abastecedores de agua a veces pueden cambiar de un día para otro.
El vivir sin agua corriente ilustra cómo es que muchas cosas la necesitan. Está lo obvio – la regadera, lavar trastes, lavar ropa y cepillarse los dientes. Pero hasta mantener el aire prendido significa que se le tienen que poner 3 galones de agua cada dos horas. En un día reciente de casi 100 grados, García apagó el aire como a las 2 p.m. “Esta cosa absorbe demasiada agua,” dijo ella, preparándose para el calor.”
“Yo no creo que vaya a durar otro año así aquí,” dijo García. “¿Cómo es que los niños y yo vamos a vivir sin agua?”
Problemas de dinero
Para García, el simplemente enterarse de sus opciones ha sido difícil. Johnson trata de ayudar pero la barrera que tienen con el idioma hace difícil saber bien la historia de García.
Como muchos inmigrantes con ingles limitado, García comprende más de lo que habla. Ella también es tímida, a veces su voz apenas se oye. En una ocasión, García le dijo a Johnson erróneamente que su madre le debía a Medi-Cal $2,000, una cantidad 100 veces menor a lo que en realidad debe.
Hasta febrero, García había recibido $300 al mes en manutención para menores, una cantidad que ella consideraba pequeña pero eso terminó. Community Services Employment Training paga por su cobro de energía.
Ella recibe $400 cada día 9 del mes en estampillas para comida, pero este mes, se le acabaron el día 2. García no tiene para comprar frutas y verduras. Para cocinar se necesita agua para lavar los trastes y prender el horno hace la casa incómodamente caliente. Así que García y sus hijos principalmente comen comida rápida, es barata y no gasta más de su preciosa agua potable.
No creo que vaya a durar otro año como este.
Un día que era especialmente caliente el mes pasado, García y sus dos hijos menores comieron sándwiches McChicken y papitas fritas antes de ir a recoger una pizza de Little Caesar’s y Pepsi para llevársela a la alberca comunitaria.
Sus dos hijos mayores se mudaron a otro lado. Sus dos hijos menores son Christopher de 5 años, y Noemí Castro de 11. Manuel Torres, acaba de cumplir 19.
Torres debería de haberse graduado de la preparatoria en junio pero él reprobó matemáticas el último semestre. Él va a regresar en el otoño, y también estará trabajando de tiempo completo en la tienda Vallarta.
Él camina para trabajar su turno de las 3 p.m., sudando bajo el sol de la tarde vestido con pantalón negro y una camisa blanca. Él tiene planes de arreglar uno de los autos que tienen en la casa, tan pronto como pueda obtener su licencia (él ha fallado la prueba seis veces).
Torres paga su propio cobro de teléfono, además del cable e Internet de la familia. Él compra lo esencial como papel sanitario y pasta de dientes, a veces bocadillos, y paga los viajes de la familia para visitar a su hermano mayor en Bakersfield y su tía en Salinas.
La mayoría de los hermanos de García viven en Porterville, pero ninguno ha regresado con frecuencia desde que su madre murió. García se siente incómoda al pedir ayuda a su familia. Ellos han visto como está viviendo, dijo ella. Si quisieran ayudar, lo harían.
Janee García, la hija de 22 años de edad, vive en Porterville con su novio y trabaja largas horas en un banco. A veces ella recoge a su madre y a sus hermanos para que vayan a bañarse a su casa. Janee le ayuda a su mamá a pagar los impuestos de la casa cada año.
Torres siente el peso de su responsabilidad con la familia. Él a veces piensa en qué es lo que se necesita para llevar a la familia a vivir en un apartamento pequeño. Él no tiene crédito. La mayoría de su dinero actualmente se va en comida rápida.
“A veces se siente como que hay muchas cosas que están fuera de mi alcance,” dijo él.
Esperanza para mañana
Lo que en un tiempo fue pasto en la casa de García ahora es polvo. Un árbol frutal justo al entrar es ahora un esqueleto. Hay basura en el patio – electrodomésticos viejos, llantas, carritos del mandado. Hay un gallinero vacío y un área con cerco donde sus padres criaban chivos. El jardín es nada más que flores muertas y hierba silvestre.
La casa donde los padres de García vivían está vacía. Su propia casa se ve más gris que azul, la pintura exterior está deteriorada y la tierra que lleva el viento ha manchado lo que quedaba. Un amplio, sillón seccional de piel deteriorada ocupa casi todo el piso de cemento de la sala.
Encima del sillón, colgando de un torcido clavo hay un anuncio que dice, “HOPE: Live for today, hope for tomorrow.” (ESPERANZA: Vive para hoy, ten esperanza para mañana.”
Para García, esperanza es un juego de espera. Quizá con un trabajo ella tuviera dinero para por fin llegar a ser la dueña legal de la casa y conseguir uno de esos codiciados tanques del condado. O quizá ella y sus hijos pudieran mudarse a un apartamento en Porterville, donde la gente todavía riega sus pastos y llena sus fuentes decorativas. Si ella no hace algo pronto, ella teme que Johnson se canse de traerle agua y deje de visitarla.
Pero la casa de García es el legado de su madre. Los recuerdos y los sentimientos la tienen atorada.
Así que sigue en el ciclo del estrés. Hay días que no la deja moverse, yendo del sillón a la cama en una infinita meditación.
“Es deprimente,” dice ella. “Se siente como que uno lleva el mundo sobre los hombros, y no puede uno hacer nada para remediarlo.”
Otro día llega a su fin. Justo cuando García está a punto de dormirse, un pensamiento familiar le llega a la mente.
¿Irme o quedarme?
Con el tiempo ella tomará la decisión. Probablemente no será esta noche.